sábado, 9 de marzo de 2013

¿POR QUÉ A MI?





Cuando mi padre sufrió el primer ictus no paraba de preguntarse por qué le había pasado eso a él. Cuando te descubren una enfermedad o tienes un accidente la primera pregunta que mucha gente nos hemos hecho es ¿por qué yo, por qué me ha tocado a mí?. La sensación de ser el único ser del mundo tocado por la desgracia no es realista, pero la sociedad actual tampoco tiene una actitud muy "sana" con los que sufren desgracias, sobre todo enfermedades. A veces parece que sufrir ciertas enfermedades es un estigma, se siente una sensación de culpabilidad, como si se hubiese hecho algo malo, como si se hubiese fracasado ante los amigos y la familia por haber enfermado.

Cuando ya has vivido lo suficiente como para ver morir  amigos y familiares entonces te das cuenta de que no es así, de que en cualquier momento puedes desarrollar una enfermedad grave. Yo llegué a hacer un listado de las posibles enfermedades de las que podría morir teniendo en cuenta mis antecedentes familiares, sin embargo fallé, nunca pensé en la fibrilación como una de las posibles.

Pero las desgracias, los accidentes, la muerte, nos acompaña toda la vida, aunque frecuentemente nuestra sociedad las oculte, las silencie e incluso se considere de mal gusto mencionarlas en muchas ocasiones.

El año pasado viajé a Islandia y cuando visité el Harpa, el modernísimo palacio de congresos de Reikiavik, coincidió que había un congreso sobre la resiliencia (resilience), es decir, la capacidad de un sistema para recuperarse de una perturbación sin que haya cambios significativos en su estructura y funcionamiento. La resiliencia no supone que no haya cambios como consecuencia de la perturbación, sino que el sistema es capaz de recuperarse y retomar sus funciones una vez pasada la perturbación, aunque el sistema no vuelva a ser exactamente el mismo después de ésta.


En la entrada de la zona de congresos estaba el cartel que encabeza esta entrada. Bad things happens, las desgracias ocurren varias veces a lo largo de nuestra vida, lo importante es desarrollar la capacidad para que nuestro equilibrio no se vea dramáticamente afectado por ellas.

Creo que la resiliencia varía mucho según las sociedades. Los países más pobres tienen una fortísima resiliencia, están acostumbrados a lidiar frecuentemente con la desgracia, la muerte de hijos, la ausencia de recursos, las enfermedades..., a pesar de ello, o probablemente debido a ello, su resiliencia es infinitamente mayor que la nuestra. Cualquiera que haya visitado esos países y se haya mezclado con la gente habrá visto como te relatan desgracias terribles con una naturalidad desarmante, aceptan las desgracias y no se dejan llevar por ellas, las asumen con total normalidad. Recuerdo que en Guinea Ecuatorial la muerte de un ser querido se festejaba con bailes, comidas populares y numerosas actividades lúdicas, que eran mas importantes y duraderas cuanto más importante y querido fuese considerado el difunto, eso si que era un regocijo frente a la muerte.

Sin embargo, nosotros, en los países desarrollados tendemos a la actitud contraria. Existe una tendencia, a veces subliminal, a veces muy evidente, a negar las desgracias, a no aceptarlas, a rebelarse contra ellas incluso con ira. Las desgracias son, como antes mencionaba, fracasos personales, incluso sociales, y tendemos a hundirnos en las profundidades mas abisales de nuestro ser, rompiendo totalmente nuestro equilibrio. Creo que en nuestra sociedad la resiliencia psicológica a las desgracias es muy pequeña en comparacion con sociedades menos "desarrolladas".

La sociedad desarrollada se ha individualizado, las tribus ancestrales donde probablemente había un gran apoyo psicológico y material frente a las desgracias, se han convertido en familias con pocos hijos, y el número de amigos tiende a disminuir en proporción inversa a nuestra ambición laboral. Cuando tenemos desgracias nos sentimos solos, nuestra resiliencia disminuye y nuestro equilibrio se siente, frecuentemente, dolorosamente afectado. Puede que por ello vivamos en sociedades donde hemos tenido que sustituir a los amigos y la familia por terapeutas profesionales cuando necesitamos recuperar nuestro equilibirio.

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